El 10 fue entrevistado por dos chicos de la villa 31 Bis y, con ellos, habló del problema de la droga, de la baja en la edad de imputabilidad, de su barrio, en fin, de la vida...
Riquelme es Román con su gente. El Chino Romero y Jorge López, dos pibes de 14 y 13 años de la villa 31 Bis de Retiro, son su gente. La Revista se llama la Garganta Poderosa. Es el grito de los que no tienen voz. Riquelme tiene voz. Tiene plata. Tiene fama. Tiene cara de parco. Y también tiene la otra. El jugador mejor pago del fútbol argentino también es un hombre que puede hablar del flagelo de las drogas, de la baja de la edad de imputabilidad, de la criminilización de la pobreza. Es un hombre que ahora vive en un barrio privado. Pero que conoció el otro barrio privado... De luz, de agua. Al igual que “manejo otros códigos que él” Maradona, sus amigos no usan traje y corbata. Dice que son los mismos de siempre. Ellos son los que le permiten seguir en contacto con una realidad social que lo lleva a entregarle un reportaje cara a cara a los chicos de una revista que nace desde las inquietudes y aportes de la cooperativa de comunicación popular, fomentada por vecinos de la Villa 31 Bis, Zavaleta, Rodrigo Bueno, la 21-24, Fátima y las Ranchadas de Capital. Nucleados bajo la órbita de la organización La Poderosa, montaron una sala de redacción y prepararon a los pibes para que puedan escribir, editar y dirigir su propia revista. Ellos dicen que Román aceptó la entrevista porque “sabía por qué lo buscábamos, de dónde veníamos”. Y resaltan que no utilizó la silla de la sala de conferencias de prensa de Casa Amarilla que habitualmente utiliza para hablar con los medios, sino que se sentó en el piso, para estar “todos al mismo nivel y hablar de sus orígenes, su cultura y sus valores, que también son los nuestros”. No sorprende que el elegido haya sido Riquelme. Y tampoco que Riquelme haya accedido. Muchas veces, el 10 jugó afuera de la línea de cal, dejó por un rato el gesto adusto que muestra ante las cámaras y se perdió riéndose como cuando se divierte en los asados con sus amigos en Don Torcuato. Esa es su esencia. Olé lo comprobó hace unos nueve meses, al proponer el encuentro con Santiaguito, un chico que padece Síndrome de Down y que cumplió el sueño de conocerlo antes de un superclásico. O también lo vivieron en primera persona los pibes de la Quinta de Boca campeona, a los que invitó con un asado en el quincho del club. O la Fundación FANDA (dedicada a chicos con discapacidades auditivas) a la que apadrina. O hasta el mismísimo presidente Jorge Ameal, al que le devolvió el cheque con la mitad del importe del contrato 2009/2010, en la que apenas jugó 135 minutos, para que haga “obras en el club”.Sus tics de futbolista de elite se apagan cuando llega a su barrio. “Yo no soy distinto a los demás”, se define cuando le nombran al Che Guevara y su lucha por sociedades más justas. El explica que "sólo me ha tocado dar un paso al costado de la Selección cuando a mi vieja la internaron dos veces. En la cancha, a veces, los contrarios me cargan, pero me Siento bien porque creo que cualquier hijo lo primero que hace es cuidar a la madre”. Aun sin erigirse como el Robin Hood del siglo XXI, Riquelme suele mojarle la oreja al sistema. Los que conocen a la persona detrás del personaje cuentan que si pudiera mudaría Casa Amarilla a Don Torcuato, al barrio que no cambia “por nada”. Allí se siente cómodo y con su gente. Y él sabe muy bien quién es su gente.